LEÍDA 08-09-2013 |
PAULO COELHO
Mientras
el trigo aún está en el horno, no se lo puede llamar pan.
Mientras
las palabras están atrapadas en la garganta, no se las puede llamar poema.
Mientras
los hilos no están unidos por las manos de quien los trabajan, no se los puede
llamar tejido.
La
más terrible de todas las armas es la palabra, que arruina una vida sin dejar
rastro de sangre y cuyas heridas jamás cicatrizan.
14 de julio de 1099. Mientras
Jerusalén se prepara para la invasión de los cruzados, un griego conocido como
el Copto convoca al pueblo, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, a reunirse
junto a él. ¿Qué valores quedan cuando todo ha sido destruido? «Nadie sabe lo
que nos reserva el mañana, porque cada día llega con el mal y con el bien. Así
pues, al preguntar lo que deseáis saber, olvidad las tropas que están fuera de
la ciudad y el miedo que está dentro de ella. Hablaremos, en cambio, de nuestra
vida cotidiana, de las dificultades que debemos afrontar.» Mientras esperan el
ataque enemigo, las gentes le preguntan acerca de la derrota y la soledad, la
lucha y el cambio, la belleza, cómo encontrar el propio camino. Y después,
sobre el amor y la lealtad, el destino, el sexo y la elegancia, el miedo y la
ansiedad, la sabiduría y, también, lo que aguarda en el futuro…Y las respuestas
que obtuvieron siguen siendo válidas ahora, mil años después. Ellos
preguntaron. El Copto contestó.
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